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Una historia del arte moderno en 1500 palabras | Alberto Lorca

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Una historia del arte moderno en 1500 palabras

 

 

Este artículo hace un breve resumen de algunos movimientos que han marcado nuestra evolución pictórica.

Fuente: Link.

Por: Alfonso Vila Frances.

 

 

Perro semihundido, de Francisco de Goya.

Cuando unos cuantos alumnos rebeldes se largan del estudio de un viejo pintor para ponerse a pintar por su cuenta saben perfectamente lo que están haciendo. Son tan temerarios como ignorantes. La sima ya está descubierta. Es un abismo inmenso, de una negrura absoluta, sin límites, sin fondo. El abismo está ahí desde que VelázquezGoya abrieron la brecha. Pero hasta el siglo XIX nadie estaba en condiciones de adentrarse en él. Para tener éxito en la exploración y conquista había que trabajar en grupo. Todos los intentos individuales, por muy honestos que fueran (CourbetTurner…) estaban condenados al fracaso. Pero estamos a finales del siglo XIX, muy pocos años antes de que el segundo imperio francés se hunda en su propia vanidad y estupidez (y con él empiece a morir una manera de ver el mundo en la que vale más el honor que la vida, sobre todo si se trata de la vida de los otros), y la fotografía ha dado el golpe de gracia a la pintura. El pintor tiene una crisis de identidad insuperable. Desde las paredes de las tumbas etruscas hasta los cuadros que cuelgan en los grandes gabinetes, palacios y embajadas de la Europa liberal el pintor ha venido haciendo lo mismo, ha seguido la misma línea evolutiva. Y todo para ver que esa línea se termina bruscamente. La realidad ya no necesita a los pintores: tiene a los fotógrafos. Y curiosamente los fotógrafos y los pintores no son enemigos. De hecho la primera exposición impresionista se realiza en la galería de un fotógrafo parisino y, solo por citar un ejemplo evidente,Degas empieza a utilizar la técnica de la imagen partida en sus cuadros, en una imitación clara de las fotografías. Entre ellos reina el sentido común: para mí la realidad, para ti el abismo. Y al abismo se lanzan, como lo que son, jóvenes imprudentes y aventureros, los primeros impresionistas. Ellos no saben que están iniciando la destrucción sistemática del arte. Bueno, es normal, otros no supieron o no llegaron a comprender hasta qué punto estaban destruyendo la literatura, la ciencia, la filosofía o la religión.

Perro semihundido, de Francisco de Goya.

Lanzarse al abismo es tan emocionante que uno no piensa en lo que puede perder en el intento. Pollock y los que llegaron al final lo tuvieron peor: comprendieron con horror y admiración lo que habían hecho. Cinco mil años de ruinas se convertían en polvo y fango a sus pies. Eso sí era para volverse loco… La pintura cayó primero, pues era la que había recibido el primer impacto de bala, pero la escultura no iba a tardar mucho más en caer. ¿Y la arquitectura? Bueno, la arquitectura había desertado desde que Darby y compañía se pusieran a hacer puentes metálicos. Después de eso el arquitecto deja en mono manchado y se pone el traje de los domingos. Y se pone en el bando de los que se van a comer el mundo, el nuevo mundo del siglo XIX, que cuando llega ya viene preñado del siglo XX. Y esto es algo extraordinario: doscientos años caen sobre los hombres casi a la vez. Las cosas no solían cambiar radicalmente de un siglo para otro. Y de pronto tenemos una aceleración salvaje de la sociedad, de la tecnología, de la vida del hombre en definitiva. Todo lo que sucede en el siglo XX ya está más que latente en el siglo XIX. La civilización moderna llega a la madurez, pare una nueva civilización y entra en la vejez en un periodo de tiempo tan corto que casi nadie llega a comprender lo que está sucediendo. Normal, hay que ser muy listo para comprender que dos siglos han llegado juntos, lo que no quita que algunos lo vean venir, como los arquitectos Mies van der RoheAdolf Loos o Gaudí, como algunos grandes pensadores y filósofos comoMarx o Nietzsche, como algunos escritores como Flaubert o Zola, pero también algunos políticos astutos y pragmáticos como Bismarck o el conde de Cavour, que tal vez fueron los que mejor comprendieron lo que pasaba y sobre todo lo que podía pasar (lástima que fueran tan egoístas…)

Autumn Rhythm, de Jackson Pollock.

Autumn Rhythm, de Jackson Pollock.

Tal como están las cosas, el arte vive su gran estallido final. Y no nos engañemos, su colorido no debe ocultar su violencia…

Retrato de Jeanne Hebuterne, de Amedeo Modigliani.

Retrato de Jeanne Hebuterne, de Amedeo Modigliani.

Los impresionistas tienen el honor de iniciar el primer ataque serio contra la vieja guardia de la pintura, no solo se enfrentan a su público, a todo su público (algo que nadie hasta entonces se había atrevido: Goya pintó sus pinturas negras para él, para nadie más, y las pintó en su casa, no en ninguna iglesia ni otro lugar público) sino que es un ataque coordinado, constante, muy agresivo y muy intransigente. Son tan buenos revolucionarios como los agentes bolcheviques. Si es preciso no dejarán títere con cabeza. Después de un inicio tan impetuoso, si este inicio logra derribar la primera línea de defensa (que la supera con creces) ya no puede haber vuelta atrás. Los que se reían de los cuadros impresionistas del Salón de los Rechazados en 1863 iban como locos a comprar o a contemplar obras de Manet, de Cezanne, de Monet, etc. muy pocos años después. Pero no aprenden… Enseguida les toca el turno a Gauguin, a Van Gogh y a Munch. Y como pasa siempre, el final de la batalla es rápido y caótico, los críticos se baten en retirada, los grandes dinosaurios del arte oficial se van quedando cada día más solos, se vuelven unos apestados (ellos que disfrutaban del aroma del éxito y pensaban que todas sus mezquindades y vanidades serían pasadas por alto por las generaciones futuras, como ellos habían hecho de jóvenes con las vacas sagradas del momento, descubren desconcertados que ese juego ha terminado, una nueva aristocracia va a usurparles el poder, pero a diferencia con las anteriores, no tendrá ninguna piedad con ellos). En el nuevo arte la sumisión al maestro es un estigma, lo que se lleva es lo contrario, el insulto, y así irrumpen las hordas fauvistas y expresionistas y Picasso y Modigliani y toda una pandilla de gamberros irreverentes y temerarios, que saben (pues por algo ya son la segunda generación de exploradores-revolucionarios) que el abismo es mucho, muchísimo más hondo y gigantesco de lo que parecía al principio (y eso que al primer vistazo ya estremecía por sus dimensiones). Vlaminck no lo puede decir más claro: «Usábamos nuestros colores como cartuchos de dinamita». Entran riendo y alborotando en los salones burgueses. Hasta los ya viejos impresionistas se escandalizan con ellos. No reconocen a sus retoños. ¿Qué les extraña? Ellos han sido los primeros en decretar el fin de las academias y los discursos oficiales. Al pobre Goya se las hicieron pasar canutas para poder entrar en la de San Fernando. De ahora en adelante eso se terminó. Cada hombre será capaz de demostrar lo que sabe. Y tendrá el inmenso privilegio de poder destruirse a continuación (que se lo digan a Pollock, y a Rothko, dos de los muchos que tomaron buena nota de lo que tocaba hacer en este fin del arte mundial tan anunciado y tan inevitable). Pero todo apocalipsis tiene sus momentos de calma. «Donatelo entre fieras» exclama un crítico moribundo, y así muere, con la nostalgia del viejo mundo ordenado y con sentido, un mundo que busca la belleza y respeta (o «teme», habría que decir) la forma y siente un profundo pavor al vacío y a la duda, un mundo donde la naturaleza es el modelo y el artista sirve a los poderosos, que dicen, como siempre, que sirven a la sociedad. Pues se acabó. This is the end, que gritará Jim Morrison, esto ya no va a volver a ser así nunca. El abismo se va comiendo la luz. El que mira muchas veces al abismo acaba teniendo el abismo en su mirada. Y así será, por los siglos venideros…

¿Y ahora qué? Bueno. Cuando cayó la Unión Soviética un historiador escribió un artículo llamado «El fin de la historia». Y cundió el pánico. Hasta que otro historiador con mucho sentido de humor dijo: «pues bien, vamos a contar ahora la historia después del fin de la historia», y ni corto ni perezoso se sacó de la manga un libro entero. Y se quedó tan ancho. Si no hay historia habrá que inventarla. ¿Había arte después de 1945? Pues puede que no. Puede que no porque la línea evolutiva estaba rota. Porque la cuerda había tocado fondo y él último explorador había descubierto, con esa mezcla de alivio y decepción que tiene siempre el final de la aventura de una vida, que el abismo sí tenía fondo. Y que el fondo era tan llano, frío y rocoso como todos los fondos de todos los abismos. Pero algo había que hacer. ¿El qué? ¿Volver a subir? ¿Volver a subir para volver a bajar? ¿Quedarse a vivir en el fondo? En eso estamos…

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